Y la única vez que he estado en una corrida de toros ha sido en Pamplona durante los Sanfermines, en la zona de sol, y supongo que los que habéis estado ya sabéis lo que significa (sangría, cánticos, risas, batas blancas, lluvia de bebidas y de comida, recochineo general, merienda, cachondeo).

Y tampoco entiendo muy bien el espectáculo que significa la ejecución y tortura pública de un animal pacífico (sí, el toro en el campo es pacífico), al que se pone en la tesitura de tener que defenderse hasta morir en una arena. Lo encuentro espeluznante y, salvando las distancias (estamos hablando de un animal), comparable al espectáculo de los gladiadores luchando a muerte (vi Espartaco en fin de semana y coño, qué peliculón, qué sinsentido...).

Pero decir que el toreo es de cobardes es no tener ni puta idea. Pero ni puta idea.

Tener los cojones de plantarse ante un bicho de seiscientos kilos con una envergadura de más de un metro que te lanza por los aires con la facilidad con la que levanta una pluma y que te puede abrir en canal de una sola cornada, no es precisamente de cobardes. De suicidas o dementes vale, pero de cobardes no.

Y este José Tomás morirá en una plaza. SEGURO, vamos, viendo cómo se pega al toro, como no retrocede JAMÁS, este tío es que QUIERE MORIR en una plaza, lo busca, y entiendo que los aficionados a los toros lo veneren como lo hacen. Porque nadie más se atreve a hacer lo que hace este, o a lo mejor es que no están capacitados.

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