Aprovecho el dí­a de difuntos para volver a cagarme en esa cultura que nos inunda y nos desborda cada vez más.
Yo, el dí­a de difuntos, como un hueso de santo, visito los cementerios para acordarme de los mí­os y por la noche, acurrucadito en la manta, con los primeros frí­os del invierno que se avecina, leo con mucho interés "El monte de las ánimas" de Becquer.
No es una actitud reaccioanria, sino mi enérgica protesta contra la imposición de una costumbre que no responde más que a la intención lucrativa de los locales nocturnos, de las tiendas de disfraces y los vendedores de calabazas en detrimento del beneficio económico de esos gitanos que se apostan en las puertas de los cementerios con sus furgonas repletas de lirios y hortensias.
Estoy hasta los mismí­simos cojones de halloween y de la cocacola.