La eterna pregunta siempre sobre este evento es si merece la pena organizarlo. El país, sobre todo la ciudad, que alberga una cita olímpica, recibe un volumen de visitas superior por parte de gente de fuera, sobre todo, es obvio, durante los 15 días que suele durar un evento de estas características. Es difícil estimar cuántos ingresos supone en años posteriores a su celebración. Ni que decir tiene lo que puede suponer presentar la candidatura y no salir elegida, como le ha ocurrido a Madrid tres veces seguidas, con lo que eso ha contribuido para aumentar la deuda de la capital de España.

Económicamente supone una inversión de gran calado para un país, especialmente si no tiene una población demasiado amplia o si la marcha del país no es la mejor. Con el paso del tiempo, se va intentando que el esfuerzo no sea tan costoso, aunque hay excepciones, como los Juegos de Pekín 2008, un disparate de gasto sólo al alcance de una superpotencia económica como China.

Londres, que por entonces ya tenía adjudicados los Juegos de 2012, avisó desde el principio que no se podía esperar ver en la capital británica algo similar a lo de Pekín. No estaba en sus planes un dispendio económico de semejante calibre. De hecho, en los últimos Juegos Olímpicos de Verano celebrados hasta la fecha, se apostó por una idea mucho más sostenible, construyendo algunas instalaciones desmontables, algo que seguro ayudó a reducir la factura final.

Este verano, Río de Janeiro coge el testigo para organizar el mayor evento deportivo del mundo, dos años después de que Brasil fuera organizador del segundo más grande: el Mundial de fútbol. Dos acontecimientos de índole deportiva, pero que pueden tener una tremenda repercusión social y económica para un país emergente.

Sin embargo, la coyuntura no es nada buena. Quizá el esfuerzo inversor focalizado en estas dos cosas ha podido provocar que el Gobierno encabezado por Dilma Rousseff no haya atendido otras demandas importantes. La economía brasileña va a presentar un muy mal dato económico de 2015. Se teme que el PIB haya caído más de un 4%, una bajada sin igual en el último cuarto de siglo. Y eso después de que se estancara en 2014.

Por si esto fuera poco, Brasil está afrontando un problema grave de salud pública como es el virus Zika, que se está extendiendo por toda Sudámerica, y que afecta especialmente a las mujeres embarazadas. Ya se han detectado centenares de casos de microcefalia en recién nacidos en el país.

Esto puede echar atrás a muchos turistas que tenían pensado acudir a la cita olímpica, pero incluso puede hacer que fallen deportistas. Estados Unidos ha anunciado que dará libertad a sus atletas para que decidan si quieren acudir o no, y parece que otros países podrían seguir su ejemplo. Si faltan los grandes protagonistas, el evento se resentirá aún más. Podríamos estar ante unos Juegos que acaben siendo un fracaso, al menos de público. Económicamente, esa es la costumbre.

Todo parece estar poniéndose en contra de Río. Y estos problemas pueden causar un mayor gasto, no previsto, para que todo esté en orden el próximo mes de julio. El Comité Olímpico Internacional suele mirar más por su propio beneficio a la hora de otorgar la organización de unos Juegos Olímpicos, pero quizá deban fijarse más en este tipo de cuestiones. La decisión por una candidatura se produce siete años antes de la fecha concreta, pero si en ese periodo el país organizador pasa por un mal momento, todo puede acabar en un fiasco. ¿Es mejor asegurar dando los Juegos a un país rico? ¿O es preferible pensar en el evento como algo sostenible para que más lugares puedan animarse a intentarlo?