[www.elmundo.es]

Andaba Freddie Mercury algo ausente antes del concierto doble de Queen en el estadio de Wembley en julio de 1986. Sus compañeros de grupo pensaban que era por la impresión de actuar ante 144.000 personas, pero no. "¿Seguro que es lo suficientemente... grande?", se preguntaba sobre el recinto. Sólo alguien con el genio y la masa gonadal de Farrokh Bulsara podía permitirse semejante reflexión. Sólo alguien al que la vida le viene pequeña puede ser megalómano sin caer en el ridículo. Desafortunadamente, ése no es el caso de Matt Bellamy.

Muse acaba de publicar su séptimo álbum, 'Drones' y algunos, como Geoff Barrow (Portishead), se preguntan qué demonios le ha pasado a este mundo para que Muse haya podido sacar siete discos. Más aún cuando su fórmula lleva tiempo dando signos de agotamiento hasta desembocar a un disco que disfraza de "retorno a las raíces" lo que en realidad es un volver a contar otra vez un chiste que ya no tiene gracia.

Respondiendo a Barrow, me atrevería a decir que lo que ha pasado es el fruto de uno de los momentos más infaustos de la historia de la música reciente: cuando las rastas entraron en el 'heavy metal'. Hasta que llegaron Korn, Limp Bizkit y toda esa gandalla con sus chándals, los 'jevis' eran tipos nobles, anclados en una permanente adolescencia, pero caballerosos y orgullosos de su modo único de vivir la vida. Pero entonces los pogos empezaron a ser más violentos, y el 'hooliganismo', los tatuajes y la estulticia ocuparon el lugar antaño reservado para los cuernos y puños en alto.

Es evidente que Muse no tiene nada que ver en lo sonoro con el 'nu-metal', pero sí con ese espíritu de coger lo peor del metal, meterlo en la túrmix con lo primero que se les pase por la cabeza y tirar para delante. Que a estas alturas alguien siga practicando el vicio de Onán en escalas 'jevirulas', como hace Bellamy con su guitarra en 'Reapers', debería ser motivo de vergüenza entre sus fans. Lo mismo que recurrir a las inflexiones vocales y melódicas de Radiohead en 'The handler'.

Y hablando de autoerotismo, luego están las masturbaciones mentales del cantante y guitarrista a cuenta del concepto del disco, reflejado en la (horrorosa) portada: una supuesta historia de un tipo que, como los drones que matan manejados por una mano a miles de kilómetros, se convierte en herramienta de una maquinaria de guerra para luego rebelarse y pelear por la libertad. Gran bostezo. Al final, todo converge en 'The globalist', una pequeña ópera-rock-spaghetti-western-sideral con silbiditos a lo Morricone, cantos de misa y más guitarras a la buena de dios, sin venir al caso.

Tiros demasiado altos, en cualquier caso, a pesar de la ambición desmedida de Bellamy (que ha metido ovnis en sus conciertos y actuado en ruinas romanas, como Pink Floyd) que se quedan en nada comparados con el absoluto desastre que es el supuesto homenaje a Queen. El líder de Muse ya había dejado claro su interés por los solos de guitarra de Brian May y las voces operísticas Freddie Mercury en su anterior álbum, 'The 2nd law', aunque en aquella ocasión la cosa se hacía con algo de gracia. Aquí no: 'Defector' es una sucesión de clichés de Queen que no van a ningún sitio y que hacen añorar incluso el desastre de aquel trabajo anterior y su 'dubstep' de chichinabo. Al final, para algunos Wembley será siempre demasiado pequeño y, para otros, demasiado grande.