La Vanguardia (crítica)
No hay para tanto
A las nuevas canciones les falta el ángel necesario para entrar a formar parte de la galería de clásicos inmarcesibles del pop
RAMON SÍšRIO - 22/11/2005
La expectación previa al concierto era máxima: las entradas se agotaron con mucha antelación y los medios de comunicación dedicaron páginas y páginas a glosar las maravillas musicales del grupo y las personales de un cantante comprometido con las causas benéficas y a la vez vinculado al glamour de Hollywood. Hay ocasiones en que el partido parece ganado de antemano, pero como en los grandes matchs futbolísticos, primero hay que jugar los noventa minutos; más o menos, lo que duró la presencia en el escenario del cuarteto británico. Y, a diferencia de lo que había sucedido la noche anterior en el Bernabeu, el grupo de Chris Martin no estuvo todo el partido brillando con la luz que se le suponía.
La cosa arrancó bien, con la metronómica cuenta atrás de un enorme reloj digital marcando los primeros compases de Square one. Luego, tras Politik, llegó el primer clímax de la noche con la lírica melodía de Yellow y la lluvia de enormes globos amarillos llenos de confeti. El retorno al material nuevo, con Speed of sound, volvió a disminuir la intensidad emocional, algo que se recuperaría gracias a God put a smile upon your face, no tanto por la canción en sí misma como por lo que hizo Chris Martin. Quizás fuera por el significado del título -Dios puso una sonrisa en tu cara-, pero el caso es que el cantante de Coldplay, tras celebrar el triunfo del Barça, hizo algo tan poco serio como es introducir el tres a cero en el estribillo de la canción, repitiéndolo varias veces de forma melódica al final del tema. Y no es que no nos alegremos del rotundo triunfo azulgrana, pero sonó a mezclar churras con merinas y a una forma gratuita de masajear al respetable. Habrá que ver qué hacen en el concierto de Madrid para congraciarse con sus fans de la meseta.
Otra constatación, no precisamente positiva, es que a alguno de los nuevos temas de su tercer disco les falta el ángel necesario para entrar a formar parte de la galería de clásicos inmarcesibles del pop, por mucha épica que le echen a X & Y. White shadows, en cambio, sí que suena a U2, aunque emular a los irlandeses sólo sirve para engrandecer la fórmula inventada por el grupo de Bono.
La ñntima The scientist fue el preludio del mayor desaguisado de la noche, impropio de un grupo con la categoría que se le supone a Coldplay, acaecido durante el unplugged en el que tocaron Til kingdom come y Don´t panic, y no sólo porque en ambas Martin se desconcentrara y tuvieran que reiniciarlas, sino porque parecieron un grupo de aficionados.
Suerte que en el tramo final se redimieron retomando el carisma que se les supone con Clocks y sobre todo con Talk, cuyo excelente trabajo del guitarrista Jon Buckland refleja claramente la influencia de The Edge. Hubo que esperar al bis para escuchar la mejor canción, la rotunda e inapelable Inmyplace, que convirtió el Palau en un clamor, aprovechado por Martin para darse un baño de masas en uno de los laterales del pabellón. Al final quedó claro que, por mucho que algunos se empeñen en convertir a Coldplay en los nuevos mesías del rock, no hay suficiente sustancia para tanto.
